¿Cuál es el límite del clan Bolsonaro?

La última semana fue una tempestad para el gobierno de Jair Bolsonaro. Desde la negativa a saludar al presidente electo, Alberto Fernández, las amenazas de suspender a la Argentina del Mercosur, el informe del noticiero central del canal Globo en donde se vinculó a Jair Bolsonaro con el asesinato de Marielle Franco, y por último, la amenaza de uno de los hijos del presidente, Eduardo, respecto a que si tuvieran lugar protestas como las de Chile el gobierno deberá tomar medidas, por ejemplo “un nuevo Acto Institucional N°5”. El AI5, como se lo conoce, fue un decreto de la dictadura militar que, en 1968, entre otras cosas, cerró el Congreso, suspendió los derechos políticos, el hábeas corpus y dio lugar al peor período de represión de la dictadura. El AI5 es recordado por haber consolidado e institucionalizado, al suprimir las garantías, la práctica de la tortura. 

Por detrás de tanta tensión política, lo que hay es un escenario percibido como desfavorable por Jair Bolsonaro, en varios frentes. El autoritarismo que demuestra la amenaza a suspender a la Argentina en el Mercosur (por más que sea inviable) en caso de que no se acceda a la baja del Arancel Común Externo, o la reedición de una AI5, son muestras de la forma de lidiar con las adversidades. La mentalidad de Jair Bolsonaro en última instancia se reduce a la de un cruzado contra la izquierda y el comunismo (ese fantasma omnipresente), un apologista de la tortura que busca en el autoritarismo y la violencia la forma de resolver los problemas. No hace falta amenazar con un nuevo AI5, esa mentalidad sale a relucir a menudo ante las adversidades. A veces de la forma más cruda. En julio de este año, al mientras cuestionaba a Felipe Santa Cruz, presidente de la Orden de Abogados de Brasil, Bolsonaro le dijo que si quería él le podría decir qué sucedió con su padre, desaparecido durante la dictadura militar. Algo similar hizo con Michelle Bachelet, cuando ésta en su informe de Naciones Unidas habló de “reducción del espacio democrático” en Brasil. Bolsonaro respondió que si no fuera por Pinochet, que derrotó entre otros al padre de Bachelet (torturado y asesinado por la dictadura), Chile sería una Cuba.

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Uno de los frentes adversos a Bolsonaro es la casi segura inminente liberación de Lula da Silva. Este noviembre, el Supremo debe terminar de votar  respecto a la constitucionalidad de la prisión luego de condena en segunda instancia. La votación ya se inició en octubre y por los antecedentes de los integrantes que restan votar se supone que la liberación de Lula es un hecho. Las dudas, en la opinión de este columnista, tienen que ver con si hay un cambio en la postura de Dias Toffoli, que pasó a presidir la corte en septiembre del año pasado y ya ha beneficiado a Bolsonaro con una polémica decisión en el marco de las investigaciones sobre los movimientos financieros de su hijo Flavio. 

No hay dudas de que la posible liberación de Lula ha puesto nervioso al bolsonarismo. El primero en expresarlo fue el ex comandante del Ejército, Villas Boas, que actualmente forma parte del gobierno, al comentar vía redes sociales que la liberación del expresidente por parte del Supremo podría “generar convulsión social”. Algo similar hizo en abril de 2018, cuando el Supremo debía decidir respecto a un hábeas corpus presentado por Lula. En aquella oportunidad, siendo aún comandante del Ejército, afirmó que las Fuerzas Armadas velarían por la vigencia del orden institucional y que esperaba que la impunidad sea derrotada y parece que la presión surtió efecto. Según la periodista Mónica Bergamo, de Folha de San Pablo, en esta oportunidad el comentario de Villas Boas no sólo cayó mal en la corte, sino que además algunos integrantes comentaron que la presión podría generar muy probablemente el efecto contrario. 

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En el cálculo político se supone que la liberación de Lula lo beneficiaría a Bolsonaro, en tanto permitiría profundizar la polarización. El cálculo, expresado por políticos y analistas, parte del presupuesto de que el rechazo a Lula es más fuerte en la sociedad brasileña que el apoyo con el que cuenta. Sin embargo, no parece ser esa la forma de razonar de Jair Bolsonaro y los suyos y de allí el nerviosismo. No fue mera retórica para la tribuna cuando en plena campaña hablaba de que Lula se iría “a pudrir en la cárcel” y que iban “a borrar a los rojos de Brasil”. Cuando en la votación del juicio político le dedicó su voto “a la memoria del Coronel Carlos Brilhante Ustra, el pavor de Dilma Rousseff”, no lo hizo simplemente por ser una de las principales figuras del régimen militar y que escribió su libro de cabecera.

Lo hizo lisa y llanamente por ser el torturador de la mujer a la que se le estaba quitando el mandato. La palabra “pavor”, colocada allí como una reverberación de las peores cosas que puede sufrir un ser humano, habla por sí sola. En definitiva, en la mentalidad del clan Bolsonaro, con el Partido de los Trabajadores no hay una competencia contra un adversario, competencia posibilitada por las reglas de juego democráticas; hay un enemigo del país y un régimen democrático al que le toca aceptar y que es un obstáculo para la derrota de ese y otros enemigos. Olavo de Carvalho, el autodenominado filósofo admirado por el clan Bolsonaro escribió en Twitter el 16 de octubre: “Sólo una cosa puede salvar a Brasil: la unión indisoluble del Pueblo, el presidente y las Fuerzas Armadas”. Que Bolsonaro y su círculo más cercano sean marcadamente autoritarios no significa que Brasil esté o vaya a estar en un régimen no democrático. Pero la fantasía autoritaria del clan Bolsonaro se deja entrever.

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Como el AI5 está fuertemente asociado a la tortura en la época de la dictadura, mientras todos los medios de Brasil hablaban de ese asunto, en su afán de provocar aún más, Eduardo Bolsonaro publicó en redes sociales el video del voto de su padre en el juicio político contra Dilma Rousseff, dedicado a Ustra. Sin embargo, dada la pésima repercusión que tuvo la declaración, el presidente Bolsonaro salió a decir horas más tarde que quien hablara de un nuevo AI5 “está soñando”, “no quiero ni ver noticias en ese sentido”, agregó. El ministro de Seguridad Institucional, el general Augusto Heleno, de quien está a cargo el servicio de inteligencia, comentó: “si habló [de AI5], tiene que estudiar cómo lo va a hacer, cómo lo va a conducir”. Aunque luego cerró aclarando que para él no tenía sentido hablar de AI5. 

La relación con la Argentina de Alberto Fernández es y será problemática a causa de la cruzada ideológica que que es central para el bolsonarimo. Visto como el regreso de la “Dilma Kirchner”, como se refirió una vez a Cristina Fernández, a la disputa político ideológica que caracteriza la política exterior de Bolsonaro se le agregan dos elementos importantes. El retorno del kirchnerismo enciende las alarmas porque se traza una analogía con la situación local y el fuerte apoyo de Alberto Fernández al Lula Libre llega en un momento en que la Lava Jato enfrenta las revelaciones del medio The Intercept y varios reveses judiciales. Otro elemento que tensiona la relación es la pretensión brasileña de reducir significativamente el Arancel Común Externo. El gigante sudamericano presionará al bloque en pos de la reducción con la amenaza de su salida. Al día siguiente de las elecciones brasileñas en octubre de 2018, Paulo Guedes, actual ministro de Economía, dijo que el Mercosur no sería una prioridad. Esa declaración imprudente, de la que luego se retractó, muestra el verdadero pensamiento del super ministro de Economía. La dinámica del actual gobierno brasileño es de tensión y distensión permanente, en todos los frentes. Por lo que no debería sorprender que se repita esa dinámica en las relaciones con la Argentina. 

Los límites de la política exterior super ideologizada de Bolsonaro están en la defensa de los intereses nacionales, sobre todo comerciales. Así, se retractaron respecto al traslado de la embajada brasileña en Jerusalén y mantuvieron la relación con la China comunista sin grandes cambios, a pesar de varias declaraciones de Bolsonaro y sobre todo de su canciller Ernesto Araújo. En esos casos, el pragmatismo mantuvo el status quo. La situación con Argentina es diferente, porque entran en juego Lula y la intención de flexibilizar el Mercosur. El límite puede provenir de los daños inmediatos de una salida del bloque, sobre todo para el sector industrial y ante la necesidad de superar la crisis económica en vista de las elecciones municipales del año próximo. También entran en la ecuación los militares de dentro y fuera del gobierno, que ya han puesto algunos vetos a la política exterior de Bolsonaro.  

El otro frente que le ha presentado dificultades en las últimas semanas ha sido el llamado Flaviogate, los contratos fantasmas en el gabinete del hijo del presidente, el asesor Fabricio Queiroz y los nexos con las milicias de Río de Janeiro. Ese es uno de los temas con más potencial explosivo para el gobierno de Bolsonaro. Esta semana un informe del Jornal Nacional, principal noticiero del país, del canal Globo, sacudió el avispero al vincular a la familia Bolsonaro con el asesinato de Marielle Franco. Es sabido que uno de los sospechos vive en el mismo condominio que el presidente y que su hija fue novia del menor de los Bolsonaro. Lo que el Jornal Nacional informó es que uno de los porteros del edificio declaró ante la justicia que el auto de los asesinos ingresó al edificio horas antes del asesinato diciendo que iban al departamento de Jair Bolsonaro y que el propio Bolsonaro les autorizó el ingreso. El testimonio del portero se contradice con el hecho demostrado de que Bolsonaro estaba en Brasilia como diputado participando de una sesión en la Cámara. Además, una pericia sobre los registros de ingreso al edificio también lo desdice, aunque aún hay puntos de esa pericia que dejan inquietudes. 

Lo cierto es que al día siguiente, y luego de una pericia express a la portería del edificio que contradijo al portero, se instaló la idea de que se trató de un intento descarado de la cadena O Globo de desestabilizar al gobierno. Incluso para periodistas críticos al gobierno, se trató de un mal manejo de la información por parte del noticiero al publicar una declaración con poco sustento. Por la tarde de ese mismo día algunos simpatizantes de Bolsonaro cercaron la sede de la Globo en Brasilia, vestidos de verdeamarelo en defensa de su presidente e irritados con el supuesto golpismo de la empresa. Otros nexos mucho más contundentes de Bolsonaro con las milicias de Río quedaron opacados ante lo que quedó escenificado como una maniobra de la Globo. 

La mención a Bolsonaro asociado al asesinato de Marielle Franco pareció un golpe duro para el presidente. Sin embargo, los acontecimientos terminaron por dejarlo mejor parado que a Globo. El fenómeno de la llegada de Jair Bolsonaro se montó sobre el malestar con la política en general, pero también existe un malestar inédito con los medios de comunicación (que es también un fenómeno global) y en particular con el medio más grande, que es la cadena O Globo. 

Pero día siguiente se conocieron los dichos de Eduardo Bolsonaro en relación al AI5, y ahí las cosas cambiaron. Si el bolsonarismo había salido fortalecido como movimiento antiestablishment, con la narrativa de un presidente atacado sistemáticamente por los enemigos del país, los dichos de Eduardo borraron esa fotografía. Una secuencia que muestra muy bien la dinámica y los aparentes límites del proyecto bolsonarista. La mención a un nuevo AI5, que es en definitiva la instauración de una dictadura, cayó mal incluso entre aquellos que hoy le dan su apoyo y que forman parte ese 34% de intención de voto, según una encuesta de la Revista Veja del 18 de octubre pasado. Desde luego, no habrá caído mal entre los siempre nostálgicos de la dictadura y que hoy forman parte del núcleo bolsonarista. Pero el rechazo de buena parte del arco político, entre ellos los presidentes de Diputados y del Congreso, las repercusiones en la prensa y otras instituciones son hechos positivos de una democracia, claramente vigente aunque amenazada y con una polarización extrema. La liberación o no de Lula en las próximas semanas será, dadas las circunstancias y el histórico de presiones militares, otro test para la democracia brasileña. 

Como los dichos sobre el AI5 provinieron de Eduardo Bolsonaro, al igual que en otras oportunidades no faltan aquellos que distinguen al presidente de sus hijos, como si se tratara de dos cosas completamente diferentes. Entre ellos parte de los seguidores del presidente, y quienes apuestan, todavía hoy, a un gobierno que se mantenga por sí mismo dentro de los límites de una pretendida “normalidad”.  Lo de Bolsonaro y sus hijos se trata se trata de una única y la misma formación autoritaria, violenta y antidemocrática. Los hijos de Bolsonaro son su núcleo de confianza. La pregunta no debería ser cuáles son los límites del clan Bolsonaro. La pregunta que se impone es: cuál es el límite de la sociedad y las instituciones brasileñas. Esos límites son los que pueden mantener en el cauce democrático a un país gobernado por un clan sin compromiso con la democracia, en medio de una polarización extrema.

CP