De Mendoza a Mar-A-Lago: dentro de la campaña presidencial de Donald Trump
En los últimos meses, mi vida ha estado dividida entre Argentina y los Estados Unidos, trabajando de cerca en la campaña presidencial de Donald Trump. Lo que comenzó como una colaboración profesional se convirtió en una experiencia que marcó un punto culminante en mi carrera como consultor político.
Un vínculo estratégico con Dick Morris
Mi llegada a esta campaña se dio gracias a Dick Morris, estratega político y mi socio en América Latina. Juntos hemos trabajado en más de 20 campañas a lo largo de dos décadas en países como México, República Dominicana, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Bolivia, Uruguay, Argentina, España y Kenia, entre otros. Dick es el único consultor estadounidense que ha sido estratega de dos presidentes: Bill Clinton en los años 90 y ahora Donald Trump.
La relación de Morris con Trump tiene raíces familiares. Su padre, Eugene Morris, fue abogado de Fred Trump (el papá de Donald) y desempeñó un rol clave en los primeros pasos de Donald como constructor en Manhattan. Ese vínculo permitió que Dick tuviera acceso directo al expresidente, manteniendo contacto casi diario con él durante la campaña.
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Nuestro trabajo en la campaña no se limitó al día a día, sino que se enfocó en delinear estrategias a largo plazo basadas en el análisis de encuestas y temas relevantes para la opinión pública estadounidense. Estas discusiones culminaban en llamadas telefónicas con Trump, realizadas por Dick. Lo sorprendente de estas llamadas era su brevedad: no duraban más de 15 o 20 segundos. Si la llamada duraba 15 segundos, era porque Trump estaba de acuerdo con la idea y lo hacía saber respondiendo un simple «I got it» (“Lo tengo”). Por el contrario, si no estaba muy convencido, duraba 20 segundos, y Donald respondía “Let me think about it” (Déjamelo pensar un poco).
Un poco decepcionado por la brevedad de estas llamadas, Dick Morris me dio tranquilidad explicándome que la llamada era muy positiva porque Trump iba a poner en marcha lo que discutimos. Y efectivamente así pasaba. En una aparición televisiva, en un rally, el entonces candidato ponía en práctica nuestras sugerencias.
Entre los temas que abordamos, utilizamos un concepto desarrollado por Morris llamado «la fusión», lo que sería una evolución de “la triangulación”. Este enfoque busca incorporar elementos positivos de posturas opuestas para desarmar divisiones políticas y captar seguidores de diferentes sectores. Este esquema se aplicó en temas de salud pública con el aporte de Robert Kennedy Jr, en el voto latino, en tecnología con los aportes de Elon Musk y en el otrora polarizante tema del aborto con la sorpresiva participación de la futura primera dama Melania Trump.
La campaña de Trump enfrentó desafíos excepcionales: desde procesos judiciales en su contra hasta su renombrado debate contra Joe Biden, que marcó la renuncia de este último y la llegada de Kamala Harris a la candidatura demócrata. Uno de los momentos más icónicos fue el atentado contra Trump, del que emergió herido y ensangrentado pero decidido a seguir adelante, consolidando su imagen de resiliencia. Foto icónica que probablemente haya decidido esta elección.
Viviendo en el epicentro del Trumpismo
Durante estos meses, estuve instalado en la Trump Tower de Manhattan, un edificio dividido entre oficinas y residencias de lujo, diseñado estratégicamente para ofrecer vistas al Central Park. Este fue el centro neurálgico del movimiento trumpista, junto con Mar-a-Lago, en Florida. El edificio está dividido en dos partes. Los primeros 18 pisos dedicados a oficinas, donde es poco importante la vista al Central Park. Los siguientes pisos, hasta el triplex que ocupa Trump y su familia en las alturas, dedicado a viviendas. Ahí tiene que ver nuevamente Eugene Morris, el padre de Dick Morris, que concibió la idea de comprar el espacio aéreo de la joyería Tiffany’s de al lado, de manera de imposibilitar que Tiffany’s le obstruyera la vista de esta torre al Central Park. Así, entonces, todos los departamentos superiores al piso 18 tienen una vista formidable al parque.
La seguridad en la Trump Tower era extrema: calles valladas, agentes del Servicio Secreto armados, francotiradores, ametralladores antiaéreas y barreras de Kevlar protegían el edificio. Recordemos que, por esta torre, transitaron figuras internacionales como el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu.
Una noche en Mar-a-Lago
El 22 de noviembre, asistí a una cena en Mar-a-Lago, la emblemática residencia de Donald Trump en Palm Beach. Este lugar, originalmente construido por Marjorie Merriweather Post para que fuera la residencia de invierno de los presidentes de los Estados Unidos, pasó a manos de Trump en 1985 y se transformó en un club privado que combina lujo y actividad política de alto nivel.
La mansión tiene un diseño morisco que recuerda a La Alhambra, con patios abiertos, arcos ornamentados y una decoración extremadamente cuidada. Aunque concebida como una residencia personal, se ha convertido en un centro neurálgico del trumpismo. Es un espacio donde convergen estrategia política y protocolo social.
La cena tuvo lugar en un patio circular al aire libre, climatizado con grandes estufas de gas, una necesidad en esta época del año, incluso en Florida. Trump ingresó acompañado de su «corte», con Melania a su lado. Según mi amigo y socio Dick Morris, este tipo de eventos políticos en los Estados Unidos recuerdan al sistema de la monarquía francesa: la cercanía al presidente, que en este contexto es casi como un rey, determina en gran medida la influencia de cada persona.
En este «Versalles moderno», “Luis XIV” (Trump) recorrió las mesas, deteniéndose en algunas y pasando de largo en otras. Mi mesa estaba compuesta por Christopher Ruddy, CEO de Newsmax y uno de los principales aliados mediáticos de Trump; el canciller paraguayo Rubén Ramírez Lezcano, su hijo Santiago, y la segunda a bordo de la embajada británica en Estados Unidos.
Cuando Trump llegó a nuestra mesa, la presencia de Ruddy y Morris fue clave para que se detuviera. Durante la conversación, Dick le recordó mi rol en la estrategia de captación del voto latino, destacando cómo logramos separarlo del voto afroamericano, un bloque que los demócratas suelen unificar. Este enfoque permitió a Trump dirigir mensajes diferenciados para captar el apoyo de ambos sectores.
Tras escuchar esta anécdota, Trump, con su estilo directo, preguntó: «Wow, ¿do you want a photo with me? (¿quieres una foto conmigo?)». Nos tomamos una foto juntos, y luego fue el turno del canciller paraguayo, a quien Trump también saludó con cordialidad. Este gesto simbólico fue interpretado como un aval a la candidatura de Paraguay para la Secretaría General de la OEA, reforzando su posición en la región.
Para mí ha sido una experiencia más que interesante, que tal vez marque el clímax de mi carrera como consultor político. Difícilmente este en una campaña más importante que esta.
Esta carrera de consultor político es uno de mis sombreros. También tengo el sombrero de periodista, sobre todo en la televisión, que es bastante conocido en la Argentina y ahora con frecuentes apariciones en la cadena Newsmax en inglés. Por otra parte, el sombrero de político, que lo ejercí varias veces cuando era joven, siendo el diputado más joven de la Argentina, después secretario de Turismo de la provincia de Mendoza y candidato a gobernador de mi querida tierra mendocina. Por último, candidato a vicepresidente, cuando con José Luis Espert, en el año 2019, le abrimos la puerta ideológica y partidaria al liberalismo, permitiendo después la llegada de Javier Milei al poder.
Así que siento que, en esta tarea de la consultoría política, con esta campaña, he llegado a un punto clímax, algo que me hace sentir muy conforme y muy orgulloso.
ff