¿Puede haber elecciones libres y democráticas en Venezuela?
Hasta hace algunos meses parecía que había una luz al final del túnel. Con el Acuerdo de Barbados entre el oficialismo y la oposición, en el que Maduro se comprometió a convocar a elecciones libres y competitivas, sumado a los comicios internos de la principal coalición opositora que dio como ganadora a María Corina Machado, parecía que por fin Venezuela estaba dando un paso, aunque pequeño, a la transición democrática. En el plano internacional, la fuerte apuesta de la administración Biden a favor de Machado y el levantamiento de las sanciones que pesan sobre Venezuela bajo la condición de que Maduro cumpla con el mencionado Acuerdo, también podrían haber sumado un indicio más de que el país sudamericano estaba frenando el gravísimo proceso de erosión democrática que sufre desde hace años.
Pero con la llegada del 2024 todo cambió de forma precipitada. A la inhabilitación de María Corina Machado, la detención de activistas como Rocío San Miguel en el aeropuerto de Caracas, el encarcelamiento de cercanos colaboradores de la candidata opositora, dos de ellas a plena luz del día y en el medio de la vía pública, se sumaron las maniobras típicas de un régimen autocrático para evitar que la oposición pudiera presentar candidatos a las elecciones.
Con el paso de los días, y en vistas de que su inhabilitación no solo no cesaría sino que además se acercaba la fecha límite, establecida por el Consejo Nacional Electoral para presentar candidatos, María Corina Machado eligió la opción que siempre dijo que no querría hacer: declinar su candidatura y buscar una reemplazante, en este caso otra Corina: Corina Yoris, una académica y filósofa de 80 años que cuenta con el apoyo unánime de todo el arco opositor. Sin denuncias ni inhabilitaciones que pesaran sobre ella, el interrogante de los últimos días fue cuál iba a ser la nueva estrategia del chavismo para impedir su candidatura. Y la respuesta a esas preguntas llegó el mismo lunes pasado, fecha límite para que cada agrupación registrara a sus candidatos en la página del Consejo Nacional Electoral. Por un impedimento informático, sumado a la imposibilidad de acercarse personalmente al CNE por estar vallado, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), uno de los partidos que forman parte de la Plataforma Unitaria, principal coalición opositora, no pudo registrar a Corina Yoris. Así, y frente a una negociación por parte de Un Nuevo Tiempo (UNT), el otro partido que forma parte de la coalición de la oposición, la MUD pudo inscribir a otro candidato de manera provisoria, hasta que la agrupación decida un candidato de unidad que aglutine a toda la oposición.
Frente a esta situación, y en vistas de los últimos días frenéticos, cabe preguntarnos: ¿podrá haber elecciones libres y democráticas en Venezuela?
Los comicios ya están convocados y la fecha ya está establecida: las elecciones presidenciales serán el 28 de julio, día del nacimiento de Hugo Chávez. Nicolás Maduro confirmó que será el candidato oficialista, y a él se suman una decena de partidos políticos que, tal como sucedió en Nicaragua, no compiten contra él sino que son “partidos satélite”, una fachada que suele realizarse en los que Scott Mainwaring y Aníbal Pérez Liñán llaman autoritarismos competitivos, para simular que existe una competencia, cuando en realidad no hay. Sin embargo, la existencia de elecciones no son suficientes para detener el proceso de erosión democrática de Venezuela. Pero, ¿hasta qué punto el país sudamericano podrá tener comicios libres y transparentes y con una verdadera competencia electoral? ¿Y de qué factores depende que esto suceda?
Hoy en día, todo parece indicar que la ilusión de elecciones democráticas se desvanece en el aire con demasiada rapidez. En el plano interno, todos los candidatos hasta ahora registrados, contaron con el aval del mismo presidente venezolano, Nicolás Maduro. Así, el CNE solamente acepta a quienes considera rivales subcompetitivos y a quienes cree poder ganarles con bastante facilidad. Ante esto, los partidos tienen dos opciones: dialogar con el régimen y poder registrar una candidatura, pero convalidar esta situación autocrática o, por el contrario, cerrar el diálogo, pero no participar en los comicios, dejándole al chavismo el camino aún más liberado para una nueva victoria hasta, por lo menos, 2031. Y para la opinión pública la situación no es mucho más fácil tampoco. En las papeletas, los ciudadanos podrán contar con una diversidad de candidatos, pero ninguno que represente la verdadera vocación de cambio que, según encuestas extraoficiales, el 80% de los venezolanos desea. En ese sentido, la opinión pública se verá envuelta en la misma disyuntiva que tiene desde hace 20 años: elegir un candidato moderado que, incluso, podría ser funcional al chavismo o, por el contrario, la otra opción es autoexcluirse de la elección.
Pero frente al interrogante de si podrá haber elecciones libres, otra variable de referencia es el plano internacional. ¿Podrá la comunidad internacional torcer el destino autocrático de Venezuela? ¿Será el retorno de las sanciones norteamericanas sobre el país bolivariano un punto clave de ajuste para Maduro, que lo obligue a abrir el juego electoral? ¿Qué influencia tendrá la Unión Europea y la región, especialmente con el liderazgo de Lula da Silva y Gustavo Petro? Por ahora, ninguna de estas situaciones parece influir en Nicolás Maduro. La amenaza de sanciones por parte de Estados Unidos, uno de los principales socios comerciales, jamás ha generado ningún cambio de posición en el gobierno bolivariano y la estrategia de Petro y Lula, lejos de generar un impacto positivo, ha sido demasiado moderada. Si bien en ambos casos la preocupación por la crisis venezolana radica en que un empeoramiento de la situación humanitaria en dicho país podría generar un nuevo aluvión de migrantes tanto hacia Colombia como hacia Brasil, los dos mandatarios celebraron los pequeños avances institucionales y electorales de Maduro del año pasado, pero, en vistas de lo que sucedió con Corina Yoris, optaron por una estrategia demasiado condescendiente frente a lo que esperaba la región.
Si analizamos la influencia que puede tener el plano internacional desde la perspectiva del llamado Dilema del Prisionero, una estrategia de la Teoría de los Juegos, hoy Maduro tiene más incentivos para traicionar y no seguir el Acuerdo de Barbados que para cooperar. En esto hay que ser claros: en caso de que las elecciones fuesen libres y competitivas, el chavismo tendría la posibilidad más concreta en años de perder el poder. Y esto es un problema para muchos actores. En el caso de Nicolás Maduro, supondría someterse a severas penas tanto en la Justicia venezolana como incluso en los tribunales internacionales por haber cometido delitos de lesa humanidad. Por eso, hoy Maduro prefiere traicionar el Acuerdo, aún sufriendo las sanciones comerciales sobre su país, que perder la presidencia. Pero sobre todo, sobre el presidente pesan presiones internacionales de distintos actores, gobiernos extranjeros y grupos de crimen organizado, que tienen serios intereses en Venezuela. Estados como Cuba o Irán son hoy socios fundamentales del chavismo que no quieren, ni pueden, perder este enclave de poder e influencia para la región. Y lo mismo sucede con otros grupos ilegales, como la organización guerrillera colombiana ELN, que opera en la frontera entre los dos países, o Hezbollah del Líbano, que están sospechados de tener fuertes vínculos con el gobierno bolivariano. Frente a esto cabe preguntarnos, ¿podrá la oposición, solamente con el moderado aval de Estados Unidos y la Unión Europea torcer el destino de Venezuela y generar elecciones libres? Y por último, ¿podrá la oposición, solamente amparada en la amenaza de sanciones por parte de Estados Unidos, derrotar a un gobierno sostenido por tantos intereses globales? Hoy en día no hay muchos indicios para creer eso.
*Licenciada en Ciencias Políticas (UCA) – Investigadora del Centro de Estudios Internacionales (CEI-UCA) –Co-host del podcast de Spotify: “El cafecito latinoamericano”.