La Pequeña república es Enorme

Se intuye, se late, desde este lado del Plata, aquello que probablemente ocurrirá con el destino político de los uruguayos a partir de este domingo 24 de noviembre, momento en que se definirá quien será el próximo presidente de Uruguay por los siguientes 5 años, al celebrarse el ballotage, entre los candidatos Daniel Martínez, del Frente Amplio, y Luis Lacalle Pou, del Partido Nacional.

Si bien en una primera vuelta electoral, venció en las urnas el candidato del Frente Amplio, Martínez, por 39,2 % de los votos frente a un 28,6 % de los votos obtenidos por Lacalle Pou, la ingeniería político-partidaria uruguaya indicaría, que quien finalmente triunfará en las urnas este domingo, será el candidato del Partido Nacional.

En Uruguay los partidos políticos tradicionales, el Partido Colorado y el Partido Nacional (o Blanco) son partidos que anteceden a la misma formación de la nación uruguaya.  Y en Uruguay en el año 1918, se separó oficialmente la Iglesia del Estado nacional. Estos dos fantásticos acontecimientos han configurado las bases de un sistema político uruguayo, que se diferencia del resto de los sistemas políticos de los hermanos latinoamericanos. Uruguay es, orgullosamente, un Estado laico y republicano hace más de cien años.

Los partidos políticos en Uruguay son los actores fundamentales en el juego de la democracia, así, los líderes no encarnan partidos, los partidos no desaparecen en poco tiempo, ni en décadas ni en centenas de años. 

En Uruguay, la convivencia partidaria es la regla. Los últimos tres períodos presidenciales fueron gobernados por el Frente Amplio, partido creado en febrero de 1971, que vino a ocupar un espacio vacante de una izquierda más rotunda, ya que los partidos tradicionales contaban con sectores más socialdemócratas, más liberales o más conservadores, y así la izquierda más orgánica se plasmó en este nuevo Frente Amplio, que congregó diferentes fuerzas de la izquierda histórica uruguaya. 

Uruguay nos presenta un claro sistema de partidos competitivo, con potentes fuerzas centrípetas, que alientan que las preferencias se alineen hacia el centro y que la polarización no provoque choques importantes entras las diferentes fuerzas. Durante las tres gestiones consecutivas de gobiernos Frentistas, los Partidos Colorado y Nacional lograron funcionar en coalición, en un Congreso, donde las oposiciones también se preocupan por agilizar el tratamiento de las leyes, y principalmente por no trabar aquellas medidas que están destinadas al bien común, porque el bien común prima sobre los bienes particulares para los políticos uruguayos, de izquierda, de centro o de derecha. 

Pasada una campaña electoral, los partidos políticos uruguayos vuelven a comportarse como perfectos adversarios políticos, sin enemistades irreconciliables, y con plena conciencia que si no se gobierna a través de consensos que superen conflictos, si no se trabaja “en conjunto” y pensando en el largo plazo, pierden todos, hasta los que triunfan en las urnas.

En Uruguay hay pobreza, el déficit fiscal ronda en un 5% del PBI y la inflación en un 9%. En Uruguay la inseguridad se transformó en un flagelo de enormes y preocupantes dimensiones y pasó a ocupar un lugar central en la agenda pública. En Uruguay los trabajadores cobran magros sueldos y en Uruguay vivir es caro. Pero en Uruguay funciona la república, más allá de crisis económicas o coyunturas adversas, los ciudadanos se sienten ciudadanos y hacen valer sus derechos ciudadanos, los partidos políticos se sienten partidos políticos y no caen al precipicio tras un tropezón o dos o tres, ni pretenden que un “salvador de la patria” les prometa el paraíso, porque como sea y cuando sea, predomina la cordura y la mesura, y los partidos políticos seguirán siendo los actores centrales en la democracia uruguaya, sin magia y con responsabilidad.

En Uruguay la alternancia en el poder es valorada, los líderes mesiánicos y corruptos generan temor, y los disensos se suelen transformar más tarde o más temprano en nuevos consensos. Los consensos vencen a los conflictos, porque en Uruguay valen las diferencias, y las diferencias existen para compartir puntos de vista, debatir, y lograr nuevos acuerdos.

En Uruguay, el Poder Legislativo no se paraliza ni delega poder en un Ejecutivo todopoderoso, porque en Uruguay no existe un Ejecutivo todopoderoso, porque existe el equilibrio de poderes, y funciona, con algunas fallas, pero funciona. En Uruguay existen solo dos poderes políticos, no tres, la Justicia se mantiene independiente del poder político porque así debe ser, y es. En Uruguay existe una Constitución Nacional que se respeta.

En Uruguay, se sufren penurias, se sienten los efectos adversos que impactan desde otras latitudes, se depende fuertemente de otras economías, y las crisis impactan generando problemas socio-económicos de gran envergadura, pero en Uruguay las Instituciones no se tocan, porque en Uruguay hay República.

¡Felices elecciones!

*Polítóloga y Profesora (UBA)